“Si es absolutamente necesario que el arte o el
teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que
no sirven para nada y que es indispensable que las haya” - Eugene Ionesco (1912-1994)
Cito la frase del dramaturgo francés autor de la
obra, para contextualizar el maravilloso trabajo de actores y directora en
el que se refleja sin duda el legado de Ionesco e incluso del absurdo como
género.
La directora pertenece a la nueva
generación de jóvenes directores de la escena alternativa en
Buenos Aires. Cabe destacar que se han visto puestas experimentales
de La Cantante Calva de Ionesco, sin embargo Leticia Tómaz se atreve a
apostar al género en sus orígenes, investigando sobre la puesta en escena
y logra reconstruir los rasgos característicos que se asemejan al modo de
representación de la época en que se ha escrito la pieza, y ¿por qué no? a
manera de homenaje hacia aquel primer estreno en el año 1950 que tuvo
lugar en Francia en el Théâtre des Noctambules.
La puesta y los cuerpos de los
actores en escena reflejan esa incomunicación constante y necesidad de
llenar el tiempo con palabras, mientras que se espera el hecho fortuito de
la muerte típica del existencialismo y el parloteo absurdo que no llega a
ningún fin. Para estos individuos, toda anécdota es bienvenida, hasta la más
estúpida, lo importante es ocupar el tiempo. Cada personaje se
destaca por un rasgo físico distintivo producto de la creación propia del
actor. Nos sorprenden con su histrionismo y acertado ritmo que nos conduce
directamente al mundo de Ionesco, un mundo de raíz existencialista, que
representa el estado del hombre en un mundo al cual fue arrojado y al que
nunca pidió venir.
Es imposible no esbozar
una sonrisa ante semejante planteo del autor y frente a la manera en que
Leticia nos lo sabe contar. Esos seres que están, pero no son,
sino a partir de la mirada del otro, se ve claramente interpretado en esta
puesta.
Quienes son amantes del teatro del
absurdo y en especial de Ionesco, sabrán apreciar el trabajo realizado
tanto por los actores como por la dirección que sabe el por qué y el para
qué de cada una de las decisiones tomadas a la hora de interpretar. Y así
se produce la maravillosa interrelación entre el actor, la escena y el
espectador, logrando transmitir de una manera brillante la verdadera
esencia de la visión absurdista.
Y para quienes se acercan por
primera vez al mundo del absurdo, les resultará extraña y a la
vez seductora la puesta, que nos introduce en este mundo al que dan ganas
de volver, y del cual según el autor nunca saldremos ni nunca hemos
salido.
Cabe destacar el
trabajo de los seis actores, quienes celebran en el escenario
la existencia que nos ha sido impuesta y nos contentan con recordándonoslo
de una manera tan singular y más que como actores, como verdaderos
símbolos cargados de sentido en la escena.
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